Eso fue lo que pensé la primera vez que fui a Malalcahuello, allá por junio del 2010. Mi suegro nació en Selva Oscura (localidad entre Victoria y Cuaracautín), y siempre hablaba con nostalgia de esa zona, llena de una belleza inigualable. Así que después de varios años, partimos motivados por conocer el centro de esquí Corralco, que por ese entonces era una pequeña carpa tipo iglú.
Debo confesar que la carretera entre victoria y Curacautín era mala, pero la de Curacautin a Malalcahuello era un completo desastre, llena de hoyos, curva y pendiente. Hasta ahí el panorama era bastante desalentador, sin embargo, seguimos adelante con el anhelo de encontrarnos con ese tesoro escondido de la Araucanía Andina que nos había prometido mi santo suegro.
Llegamos ya caída la tarde, así que estaba oscuro y llovía, llegamos a la cabaña que habíamos arrendado con ganas de salir a comer algo por que veníamos muertos de hambre. Dejamos los bolsos y salimos en busca de un pub o restaurante (¡ja! Que ingenuos), no encontramos nada de nada, ni siquiera un negocio donde comprar pan. ¡Qué desilusión! El tesoro escondido seguía muy, muy escondido.
A la mañana siguiente amaneció heladísimo pero con un sol radiante. Abrí la cortina de mi dormitorio y ahí estaba el gran Lonquimay, blanco y majestuoso, cerros de árboles infinitos, un cielo azul brillante y por el otro lado Sierra Nevada. ¡Habíamos encontrado el tesoro escondido!
Todos nos quedamos literalmente paralizados observando lo que estaba frente a nosotros, no podíamos creer lo imponente de una naturaleza indómita, agreste, “natural", como si el tiempo se hubiese detenido.
Esa primera vez quedamos tan alucinados con la zona que comenzamos de inmediato a buscar un sitio con el sueño de alguna vez construir una casa en la cual disfrutar como familia e invitar a nuestros amigos a conocer el tesoro que habíamos descubierto.
Ya han pasado más de 10 años desde aquella aventura familiar y puedo decirles que en Malalcahuello hay muuucho que hacer, para todas las edades y preferencias, la única condición es estar disponible a dejarse impresionar por la naturaleza y lo simple. Acá no hay pretensión, ni prisa, ni multitud.
Puedes hacer trekking de todo nivel de dificultad, esquiar y randonear, ir a las termas cuando el día está nublado, ir a pescar al río, salir en bicicleta en las ciclovias o en los cerros si eres más audaz o experimentado, ir al mirador de los volcanes, subir el Lonquimay, bañarte en la laguna Icalma o ver el origen del río BíoBío en Galletué, subir hasta Batea Mahuida y ver Chile por una lado y Argentina por el otro, ir a comprar lana teñida natural a Lonquimay cruzando el túnel Las raíces construido en 1939 o hacerlo por la montaña donde las vistas son de otro planeta, hacer avistamiento de aves o arte con la fotografía. Hay tanto por hacer, que te aseguro que independientemente del número de días que vayas siempre te faltará tiempo.
Seguimos enamorados de la Araucanía Andina, de su ritmo y su tiempo, parece que el espíritu se calma y la felicidad te invade y ya no te quieres ir.
PD: Para los amantes de la buena mesa y buen beber, ¡les tengo una buena noticia! Después de 10 años hoy encontrarán muchos buenos lugares donde comer rico y disfrutar de cervezas artesanales de la zona.
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